Después de casi dos meses de
que se celebraron los comicios electorales, el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación, emitió su resolución final a través de la cual se
declara válida la elección y en consecuencia se acredita a Enrique Peña Nieto
como Presidente Electo de México.
Es interesante el tiempo transcurrido desde el primero de
julio hasta hoy, porque a lo largo de este periodo, se hicieron estudios y
análisis extrajudiciales que nos permitieron tener una visión más amplia de la
manera en la que se suscitaron las elecciones y todo lo que ellas implican.
La semana pasada en su columna del diario Reforma, Jesús
Silva-Herzog Márquez hizo un análisis y dio una perspectiva, a mi punto de
vista bastante interesante, en la que plasmaba que el TEPJF debía de hacer énfasis
primordial en el corazón de la demanda del Movimiento Progresista. Es decir, debían
de pronunciarse respecto de si se había violado o no, la Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos, sobre si se había trasgredido o no, el sentido y
la esencia que consagra la Ley Suprema sobre el derecho a sufragar y participar
la sociedad en la elección de sus representantes.
El Movimiento Progresista, solicitaba la anulación de los
comicios electorales por una causa primordial: Que no existieron elecciones
limpias, equitativas y transparentes. Este hecho que me parece fundamental para
determinar si procedía o no la anulación de tales comicios, fue ignorada en su
totalidad a lo largo de las poco más de cinco horas que duró la transmisión de
la sesión en la que se dictaba el fallo electoral. Los magistrados que conforman
la máxima autoridad en la materia, en ningún momento hicieron un análisis
profundo de ello, es más, pareciera que no tuvieron ni siquiera el interés para
adentrar un poco en el tema. El papel de los juzgadores, se limitó únicamente a
desechar todas las pruebas, haciendo mención de que ninguna de ellas era lo
suficientemente consistente como para ameritar un análisis mayormente robusto, al
grado tal que inclusive un Magistrado señaló que se estaba ante la presencia de
“pruebas que no son pruebas”, y de este tipo mil razonamientos más de quienes
dicen ser los máximos impartidores de justicia en materia electoral del país.
Es un hecho de que el PRI y su candidato Enrique Peña
Nieto, obtuvieron la mayoría de las votaciones en los comicios electorales,
pero también es cierto que el candidato priista, fue el más protegido por los
poderes facticos de los medios de comunicación y monopolios de todo tipo. Se
contaron nuevamente los votos uno a uno, e incluso se anularon casillas donde
se encontraron mayor número de irregularidades, pero el punto primordial, y en
ese sentido he de compartir la opinión de la Izquierda mexicana, no se puede
tener una elección limpia, equitativa y transparente mientras no exista la
voluntad ni la ética para hacer bien las cosas.
Parece entonces, que ya es una costumbre que después de
cada elección se tiene que hacer una reforma en materia electoral, porque los
partidos políticos siempre encuentran el camino para violar de manera legal el
sentido y las razones por las que surge una Ley y/o sus subsecuentes reformas;
mirando muy de vez en cuando de que no sería necesaria dicha costumbre, si
existiera ética en los actores políticos y Jueces, partícipes en una jornada
electoral. Eduardo Couture, un gran jurista uruguayo, apunta acertadamente que “el deber es luchar por el Derecho, pero el
día que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha siempre por
la justicia.” Los Magistrados del TEPJF, se inclinaron por un Derecho mexicano incapaz
de garantizar el derecho a la Justicia, por este que no fue pensado para hacerse
en favor de la sociedad mexicana. En ese sentido, el papel de dichos
juzgadores, sarcásticos en cierto punto, se apegaron solamente al Derecho, y
dejaron de lado la razón para emitir opiniones sin sentido.
He remarcado en muchas ocasiones que a mi parecer, haber
anulado la elección, no representaba darle la razón a la izquierda en un
sentido político; más bien, se inclinaba a la postura de respetar los derechos
de un pueblo para elegir a sus gobernantes libremente, y desde esa esa
perspectiva, sin influencia ni intervenciones de los poderes fácticos que son poco
respecto de los temas donde no les compete estar. Anular los comicios,
significaba pues darle el lugar que México necesita para aprender que deben
darse y hacerse las cosas correctamente para generar un verdadero cambio que
nos permita no seguir estancados en los mismos problemas de siempre.
En fin, México tiene hoy un Presidente Electo y es Enrique
Peña Nieto, un hombre polémico por muchas cosas que dejó ver de sí mismo a lo
largo de todos estos años desde que fue Gobernante del Estado de México. Un
hombre hecho a la vieja escuela autoritaria priista, formado en un estado donde
por más de ochenta años el PRI ha sido el partido en el poder; un señor
envuelto en un “escándalo protegido” por el dudoso fallecimiento de su esposa Mónica
Pretelini; una persona de bajo grado cultural incapaz de dar el nombre de tres
libros que marcaron su vida en la FIL de Guadalajara en Diciembre de 2011; un
político que no tuvo más carrera en la administración pública que el ser
Gobernador de un Estado deficiente por la poca transparencia y rendición de
cuentas que predomina; un padre de familia con una hija arrogante, que
demuestra el poco conocimiento de la realidad social mexicana; el mismo que
desconoce el salario mínimo del país que piensa gobernar, y que desconoce los
precios de la canasta básica porque “no es la señora de la casa”; ese Enrique
Peña Nieto, un hombre que llegó al poder gracias a una campaña armada desde
casa, con protección absoluta de quienes tienen el control del país, de quienes
viven a favor de un neoliberalismo capaz de producir 60 millones de pobres pero
incapaz de resolver los problemas fundamentales del empleo, salud, vivienda,
educación, seguridad, productividad, competencia, y la pobreza misma entre
otros.
Los mexicanos tienen hoy por hoy un Presidente que
comenzará sus labores a partir del 1° de Diciembre de 2012, y pasaran seis años
para que podamos nuevamente tener la oportunidad de elegir a quien dirigirá la
Nación por los siguientes seis. Ojalá y esa sexta parte de la sociedad, es
decir 19 millones números cerrados de los 120 que aproximadamente somos, que
eligió a Peña Nieto para ser su Presidente, no se equivoquen y no pasen por desperdiciados
los seis años que se avecinan. Aunque francamente y conociendo el historial del
PRI y de EPN, tengo poca esperanza de que al validar la elección y nombrar a un
Presidente Electo, se haya protegido la voluntad de los mexicanos que en
minoría tomaron, a su parecer, la decisión más correcta.
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