El fin de semana pasado,
llegaron a su fin los juegos olímpicos de Londres 2012. Con estos, concluyó la
trigésima primera edición de los mismos desde su reinstauración en el año de
1896 en Atenas, Grecia. Los próximos juegos se celebrarán en la Ciudad de Rio
de Janeiro, Brasil para el año 2016, y la nación anfitriona ha comenzado desde
este momento con los preparativos para este destacadísimo evento a nivel
internacional.
Aunque existen muchas perspectivas acerca de los juegos
olímpicos a nivel global, es innegable la trascendencia que representa un
evento de esta magnitud donde naciones de todo tipo, rompen ideología política,
religiosa, social, etcétera, para participar en un ambiente de competencia
distinta de la que normalmente se ven envueltas en su entorno habitual.
En esta ocasión, y como casualmente llega a ocurrir, el
primer lugar del medallero es encabezado por los Estados Unidos de América, seguido
muy de cerca por la República Popular China y en el tercer lugar, el país
anfitrión de la Gran Bretaña. Es interesante el papel de competencia que se
desarrolla incluso en el ámbito del deporte y que refleja al mismo tiempo, un
escenario no muy distinto al económico, político o social en el que
cotidianamente se desarrollan las naciones. Es decir, las potencias mundiales
son igualmente potencias en el deporte; panorama que no debe sorprender mucho
cuando se analizan las condiciones comunes de cada país.
Sin embargo, y acá me gustaría hacer un énfasis, el papel
de México sigue siendo a mi parecer muy semejante al que existía en un pasado. Aun
cuando se ha hecho referencia de que en estos juegos olímpicos, el papel de
nuestro país ha sido el mejor de la historia, considero que todavía falta mucho
por madurar para verdaderamente desempeñar un papel del cual podamos sentirnos
orgullosos. No basta solamente con hacer referencia a que se “ha roto el record
mexicano”, o que “estuvimos cerca de ganar el oro” o peor aún “estuvimos cerca
de ganar una medalla”. A mi parecer, las medallas no representan el buen o mal
desempeño que puede tenerse en cualquier competencia, puesto que en ocasiones
no siempre el que se lleva la medalla de oro ha sido el mejor jugador o mejor
competidor en una u otra disciplina, sino todo lo contrario el desempeño se
mide por la capacidad de cada participante para dar todo y lo mejor de sí
mismo.
Me pregunto la manera en que habrán celebrado sus preseas
de oro, plata o bronce, en al menos los tres países que encabezaron el
medallero olímpico. Y es que el día sábado, fecha en que la selección mexicana
de futbol ganó su única medalla de oro en el deporte que es considerado como el
nacional, se festejó a lo largo y ancho del territorio, el hecho inédito que
muchas personas esperanzaban. Las televisoras y radiodifusoras de la República
se llenaron de anuncios propagandísticos que llegaban verdaderamente al corazón
de los mexicanos con mensajes de triunfo y éxito para demostrar que los sueños
son posibles. Así, la sociedad se reencontró y refugió una vez más, en un
instante de felicidad de los que para esta nación, desgraciadamente suelen ser
escasos.
La verdadera moraleja de las olimpíadas, debería estar
enfocada en un sentimiento de superación y no de conformismo. Creo que las
siete preseas que con mucho esfuerzo ganaron los atletas mexicanos, solamente
pueden servirnos de lección si podemos aprender por ejemplo, de la seguridad
que tienen los estadounidenses en cada una de sus competencias; de la disciplina
con la que han sido educados los chinos para lograr el mayor de los éxitos; o
de la euforia británica para sentirse en casa con esa confianza que los
posicionó en el tercer lugar del escalafón.
A México le falta mucho para pasar de la posición 39 a la
1ª, pero nada es imposible. Si en algo creo, es que el mexicano puede lograr lo
que se propone cuando deja de lado su pereza, soberbia y conformismo; y no necesariamente
en referencia a los juegos olímpicos, porque la competencia se da en todos los
ámbitos, y es muy claro el ejemplo que para bien o para mal: Estados Unidos y
China son las potencias tanto a nivel económico como deportivamente hablando.
Así que México tendrá que hacer reflexión sobre ello, y pensar que para darle la
grandeza que merece esta nación, no basta con una medalla de futbol, hay que
desarrollar esa capacidad para transformar y hacer cosas mejores día a día.