El
sexenio de Calderón inició mal, y parece un hecho inevitable el que concluirá
de igual manera. La ola de violencia va en crecimiento a la par que las
consecuencias de la misma parecen ser cada vez más graves.
La semana pasada, sucedieron dos acontecimientos que
ponen en evidencia el descontrol que existe en la fracasada estrategia de
seguridad del gobierno panista: El ataque del pasado viernes en la carretera libre
México- Cuernavaca en contra de dos agentes de los Estados Unidos; y los narcobloqueos
a las salidas de la Ciudad de Guadalajara el día sábado y domingo en la
madrugada.
El primero de estos sucesos, es sin duda un hecho que sea
cual sea el ángulo por el que quiera verse, tiene tintes en demasía bizarros
que caen al punto de lo irrisorio. Es completamente ilógico que elementos de la
policía federal hayan abierto fuego directo contra un vehículo de matrícula
extranjera por estar en su incansable cacería de brujas, o mejor dicho “brujas
de cacería”. Ilógico lo es aún más, que después de haber abierto el fuego, se
percatan de que dentro de la camioneta hay efectivamente dos agentes
estadounidenses, pero además de ello, acompañados por un Capitán de la Marina
mexicana que la hacía de chofer de los primeros para que al final de cuentas,
como siempre, se hiciera presente el silencio absoluto de las autoridades
mexicanas y estadounidenses respecto al tema. Hasta la fecha siguen sin saber a
precisión que decir para justificar este ilógico acontecimiento.
El tema es completamente alarmante y lo es por el hecho
de que si bien es cierto que la soberanía nacional siempre se ha visto vulnerada
por la constante penetración del gobierno estadounidense en la toma de
decisiones del mexicano, hoy día, el cinismo de los mismos, ha llegado a la
evidencia histórica en la que la falta de organización, se convierte en el
aspecto revelador de este tipo de actos vergonzosos que evidencian a dos
Estados, coludidos el uno con el otro, donde el más débil, es quien paga
siempre los platos rotos.
El segundo suceso, tiene que ver con los narcobloqueos
que se dieron el sábado y domingo por la madrugada en la Ciudad de Guadalajara,
Jalisco. Esta metrópoli, la segunda o
tercera más importante del país, padece constantemente un ambiente de violencia
que día a día va en aumento. Lo ocurrido el fin de semana pasado no ha sido un
hecho menor, y es que se dieron 28 bloqueos en las salidas más importantes de la
Ciudad Jalisciense, lo que provocó un caos interno que se hizo ver
inmediatamente por las redes sociales, aun cuando el Gobernador panista de
Jalisco negaba los hechos, mismos dichos que fueron desmentidos por su Secretario
de Seguridad Pública poco tiempo después.
La incapacidad del Estado es día a día más visible, pues
carece de policías eficientes, preparadas y capacitadas para hacer frente a
esta problemática. Aunado a eso, hay que mencionar que el ejército y la marina
han desempeñado un papel cuestionadísimo al margen de esta política de
seguridad nacional por la manera en la que ejecutan la misma. Para bien o para
mal, no hay que descuidar en ningún momento de que el problema viene de raíz y
en consecuencia no puede juzgarse únicamente a quienes dicen ser los malos
ejecutores de dicha política, sino desde quien encomienda esa política
omitiendo las deficiencias de fondo y forma que existen institucionalmente.
El punto es, que preocupa ver como la sociedad se
encuentra completamente indefensa frente a la delincuencia y al Estado mismo.
Estamos llegando al punto de no poder confiar en las autoridades porque están
coludidas en corrupción y son incapaces de garantizar la seguridad de sus
habitantes. El gobierno entrante tendrá mucho que negociar y conciliar si
verdaderamente quiere disminuir estos alarmantes índices de violencia en el
país. Comenzar por limpiar la casa antes de salir a limpiar la calle y disminuir
los índices de pobreza que tanto orillan a las personas de bajos recursos a
sumarse a las líneas de la delicuencia, invertir en educación, generar empleos,
y en fin una larga lista de pendientes que hacen falta para reconstruir al
país.
El gobierno azul comienza con una cuenta regresiva que
seguramente ya ansiaba. Calderón se va, pero llega otro con la problemática que
pondrá a prueba la capacidad de la nueva Administración para tomar la difícil
decisión de permitirle a México volver a sus épocas agónicas, pero al final de
cuentas, en “paz” o seguir en las mismas, sin rumbo definido navegando a la
deriva.
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